Desde que entré en la época de la adultez, siempre me recuerdo viviendo agarrada a dos tallas distintas: la parte de abajo siempre una más que la de arriba.
Ello me suponía algunos problemas a la hora de vestir, de manera que mi vestuario se componía de suéters, camisas y camisetas, y por otro lado de faldas y pantalones. Vestidos: pocos, poquísimos, apenas alguno… Como mucho, conjuntos de dos piezas.
Y es que las marcas parecen olvidarse de las personas no-perfectas, o sea, de las “normales”.
Pero un día, ya en plena madurez, me encontré –en sentido figurado, claro- con Lola Carrera. Una diseñadora de Granada, según creo.
Lola Carrera cosía para los cuerpos que andamos por la calle todos los días sobrellevando nuestras “imperfecciones” y, mal que nos pese, acostumbrándonos a ellas: nuestros kilos de más, esa estructura corporal que nos fastidia en forma de pera, o manzana -cada vez más lejos del reloj de arena-, atentas siempre a esa dieta que no te prive de comer... Vamos, en un desafío constante a ese patrón de las pasarelas que nos imponían cuerpos escuálidos, de tallas por debajo de la 38, con modelos de rostro empalidecido que parecían estar permanentemente al-borde-del-desmayo.
En ese contexto, resultaba alentador que alguien cosíera pensando en mí, o sea: mujer de mediana edad, que había dejado atrás la “cinturita de avispa”, que cada gramo -léase kilo- que llegaba a mí se obstinaba en almacenarse siempre en el mismo sitio, y casi resignada a que llegado había el momento en que fácilmente vería los kilos venir, pero difícilmente partir… (Alguien sabe de qué hablo...?)
Durante más de una década mi armario fue absolutamente fiel a Lola.
Un simple vestido de calle podía ser transformado en vestido para asistir a una boda |
Estas rosas "vintage" ya forman parte de otro vestido |
No sabría definirlo bien, pero creo que su ropa era de una gama media en cuanto al precio: no eran especialmente baratos, pero sí asequibles, y yo solía proveerme en época de rebajas, en que los precios se reducían considerablemente.
De pronto empecé a tener vestidos. Los modelos me parecían airosos, bonitos y, sobre todo, cómodos, y las telas de una extraordinaria calidad: tejidos, estampados, coloridos que, según mí noticia, ella siempre elegía personalmente aquí y allá.
Algunas de esas ropas siguen incólumes después de bastantes temporadas; otras, más ajustadas se han visto relegadas por esa cuestión del tallaje, pero ahí las guardo amorosamente, porque algún día iré reciclando sus estupendas telas, y espero que vosotras las veáis.
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